Bueno, ha sido un año duro, entre rehabilitación, incorporarme a un nuevo trabajo, la oposición... y ahora esta maldita epidemia del corona bicho.
Como me aburro y tengo partidas pendientes, voy a reactivar esta, a ver si alguien me lee.
Nos habíamos quedado en una emboscada por parte de los moradores de las arenas... ah no, que esto no es Tatooine
La verdad es que es una situación peligrosa. Con la cota de malla puesta, el Maestre Juan es prácticamente invulnerable, pero no la puede llevar puesta todo el tiempo bajo el sol del desierto, y en todo caso este ataque ha sido una auténtica sorpresa, así que la única protección con la que cuenta es el escudo.
A favor tiene que va montado a caballo, lo que le da mucha ventaja contra los bandidos, que luchan a pie y jamás han tenido que enfrentarse a un jinete, porque como se decía en el libro, en esta época los antiguos egipcios usaban el caballo sólo como animal de tiro.
Así que controlando precariamente al caballo, pues monta a pelo, en un alarde de destreza ecuestre Juan se enfrenta a los bandidos que no salen de su asombro.
368 Desenvainas la espada, mientras Aratoth exhorta a sus hombres y los viajeros a defenderse hasta el último aliento. A tu alrededor la batalla transcurre encarnizadamente. La tempestad de arena se ha camlado nada más empezar el combate, y el olor del sudor y de sangre invade el ambiente. Aratoth se defiende como un demonio. Y tú mismo de enfrentarte con un Hombre de las Arenas que corre hacia ti.
Si vences, vete al 35.
Narración del combate:
Por la sorpresa y porque has tenido que controlar el caballo y desenvainar la espada y embrazar el escudo, el bandido que carga con su lanza a la carrera ataca primero. El ataque es tan veloz que ni te da tiempo a levantar el escudo y desvías a duras penas la lanza dirigida a tu pecho con la espada, sientes un escalofrío de miedo a pesar del calor.
Tu caballo se revuelve asustado y relinchando, pues no es un corcel de guerra entrenado, y mientras te esfuerzas en mantenerte sobre su lomo, asiéndote con el brazo del escudo a su crin, el bandido te asesta otra lanzada directa a tu cara que sólo logras parar por pulgadas cubriéndote la cara con la guarda de tu espada. Sientes verdadero miedo y piensas si no sería mejor combatir pie a tierra, pero más por instinto y querer evitar una dolorosa caída sigues montado.
Afortunadamente tu altura y los movimientos erráticos del caballo impiden que más bandidos te tomen como blanco de sus ataques, sólo el bandido de la lanza persiste en su empeño, y eleva los brazos para un golpe que será el decisivo. El escudo es más un estorbo que otra cosa porque no puedes moverlo, ocupado tal como estás en aferrarte con el brazo al cuello del caballo y ¡otra vez consigues desviar por un palmo la lanzada, que hace un desgarro en tu túnica!
Por fin consigues recobrar una semblanza de control sobre tu montura y el caballo describe al paso una curva en torno al bandido que cambia de postura, para una lanzada de abajo arriba y sigue tu movimiento girando como la sombra de un reloj de sol, evidentemente el rufián no está acostumbrado a luchar contra un noble caballero y la punta de su lanza sólo atraviesa el vacío cuando consigues que el equino empiece a trotar y ganar velocidad. Asestas un revés hacia atrás estirando el brazo todo lo que puedes pero el bandido se agacha ágilmente y por poco pierdes el equilibrio. Al menos el caballo ha ganado arrancada y te alejas del lancero, un par de hombres se apartan para no ser pisoteados por el caballo que ahora va a un trote rápido. Intentas infructuosamente hacer girar a tu montura, pero no te hace caso y recorres en sentido inverso la columna de la caravana, metiéndote entre las dos líneas de combatientes, tu caballo pisotea a un herido ¿amigo o enemigo?
Frustrado empiezas a repartir tajos al pasar a todo bandido que se pone al alcance de tu acero. Das un tajo fuerte a un bandido de piel oscura pero el nubio se cubre con su escudo de piel de vaca y sólo consigues rajarlo. Luego, asestas un revés en la espalda a un salteador, quebrándole la espalda, no es muy caballeroso, pero estos bandidos no son enemigos honorables.
Asustado por los gritos y la sangre, tu caballo brinca y serpentea entre la multitud, llevado del impulso golpeas de improviso cuando se presenta la oportunidad, aprovechándote de la sorpresa y de cogerles por el flanco a los enemigos que absortos en su combate con los viajeros, se sorprenden cuando la mole del caballo se les echa encima para su sorpresa y pavor. Es una suerte porque con el galope enloquecido de tu caballo y lo mal que te sujetas tus golpes son bastante desmañados, y rebotan en los escudos o hienden el aire. Asímismo, los sorprendidos bandidos no logran alcanzarte al pasar con sus lanzas y extrañas hachas de cuchillas curvas como un cuarto de luna menguante, o rebotan en tu escudo que te protege todo el costado. A pesar de tu poco acierto, se presentan tantos blancos que alguno acierta. Cuando un bandido levanta su extraña espada parecida a una hoz para asestar el golpe mortal a un viajero, al pasar le asestas un corte que amputa limpiamente el brazo por la muñeca y la sangre mana como en una fuente brillando al sol antes de empapar la arena. Pero tú no lo ves ya que el galope te lleva hasta otro de los combates en pequeños en que se ha fragmentado la columna de la caravana y la línea de bandidos que la ha tomado de flanco.
Tu caballo arrolla a un bandido aplastándolo bajo sus cascos, cunde el pánico entre los enemigos, pero alguien que parece un capitán de los bandidos grita unas órdenes guturales y todo bandido que no está empeñado en combate y que disponga de un arma arrojadiza te toma como blanco. Uno te arroja una jabalina que cae corta a los pies del caballo, un hondero te lanza en sucesión un par de gruesos guijarros que rebotan en tu escudo, al acercarte más ves que su cara te resulta conocida, ¡es el hombre que cocinaba huevos con la honda en el mercado de Tebas! Pero ya te alejas cuando una tercera piedra silba cerca de la cabeza. ¡Al menos tienes la suerte de que es mejor cocinero que hondero!
Aprovechas para golpear a otro bandido, su casco de cuero endurecido no sirve de nada contra tu duro acero y se desploma con el cráneo hendido y la sangre y los sesos resbalan por tu hoja.
Por desgracia, ves que a medio tiro de flecha otro bandido, un oficial por la riqueza de su atavío y armadura de escamas empuña un arco y saca una flecha de la aljaba. Te encoges detrás de tu escudo de cruzado y tratas de hacer que tu caballo te obedezca y se meta entre los grupos de combatientes. En rápida sucesión otra jabalina y una piedra de honda rebota en tu escudo, luego se clavan dos flechas, mientras tu caballo sigue su enloquecido galope...
¡y de repente choca con un dromedario de la caravana arrodillado en la tierra! y cae resbalando y sales despedido hacia delante, pues no tienes ni silla de montar ni estribos a los que agarrarte.
Aterrizas derribando a uno de los viajeros de la caravana y caes rodando sobre la caliente arena, lo que amortigua el golpe. Por suerte el escudo se te ha soltado del brazo o te lo podrías haber dislocado o roto. La polvareda levantada por la caída del caballo también te oculta de los que te disparaban. Otra jabalina más pasa por encima de ti y una flecha se clava en la arena a pocos pasos. El hondero de Tebas, haciendo alarde de mala puntería acierta al bandido más cercano en la cabeza, que cae de bruces lo que te permite recobrar el aliento y ponerte en pie. Te apresuras a recoger tu espada y tu escudo y te lanzas al combate para entremezclarte con los combatientes y no exponerte a más disparos. Las astas de las flechas clavadas en el escudo se han roto con la caída, por lo que no te embarazan y no tienes que perder tiempo sacándolas.